domingo, 25 de mayo de 2008

De noches contra el día

Es el mejor momento para pensar. Es cuando las ideas toman forma, cuando más aislado de la contaminación social te encuentras. Es sin duda el lugar donde encuentro la paz, la armonía, donde mis ilusiones arrancan y mis sensaciones toman forma.
Solo ante mi, solo ante la inmensidad lunar. Es el rincón donde cometer los mejores pecados, es el gustoso pecado de meterse en el rincón donde se fabrican los sueños. He de reconocer que me encanta, me vuelve loco quedar conmigo de noche y presentarme puntual. Cualquier pretexto es bueno, lo hago casi a diario si mi trabajo me lo permite, acudo a mi cita y me pongo a pensar, leer o ilusionarme conmigo. Siempre lo he hecho, desde pequeño. Me encantaba quedarme solo de noche, en mi habitación, en mi soledad a charlar un poco con mi revolución de pensamientos, con un panorama inventado, junto a la mujer de mis sueños, yo la moldeaba a mi antojo, junto a los amigos que elegía, en un país lejano que yo acercaba, infinito de sensaciones, en el momento donde mejor saben las ideas, donde mejor huelen los aromas, donde mejor saben los cigarros, donde mejor entiendes las canciones, donde mejor recuerdas los recuerdos, donde puedo vivir libre, y en un constante un 'no quiero volver a mi realidad'.
Aún lo hago, en grado menor, pero lo hago. Me encuentro a mi mismo con nocturnidad y premeditación, incluso con alevosía, a la hora en la que todos duermen, a la hora donde sólo estoy yo, a la hora donde sólo estoy solo. Y pienso y divago, y escribo y reescribo, para volver a inventar y reinventar, hasta que el sueño me vence, y sigo soñando.
Hasta ahí llega mi relación con ella, furtiva, clandestina, pero pasional. Luego llega él, sin enterarme, sin poder saborear mi fantástica irrealidad, llega con sus rayos, con su agresivo aspecto, sin dejar que le mires. Llega para romper la magia, llega para estropearlo todo y devolverte a la realidad, junto a la actividad espídica de la ciudad, de sus habitantes recién levantados que acuden rabiosos a sus puestos de trabajo. Y yo tardo en volver, en analizar mi pasado perfecto para adentrarme en mi presente simple. Lo conjugo como puedo y vuelvo a esperar que llegue mi cita con ella y conmigo. Los tres solos. Fantástico.

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