martes, 6 de enero de 2009

Perdone, ¿una calle barata para hacer unas compras?

'Lo barato sale caro' cobra todo el sentido en Lisboa.






jueves, 1 de enero de 2009

¿Playa o montaña?

Salir del trabajo, ir a tomar unas cañas y liarte, y más que liarte, darlo todo y regresar a casa al alba. Un clásico. Hace ya algún tiempo así ocurrió. Terminé de trabajar un viernes alrededor de las ocho de la tarde y me fui directo a Tirso de Molina, a tomar algo y desconectar. La excusa perfecta con la compañía perfecta. A nuestro plan se unió una chica gallega que me cautivó desde su llegada. "Suele pasarle a todos cuando la conocen" me dijo mi amigo Nacho. Pues bien, la noche siguió entre cerveza y cerveza hasta que Irene, la chica en cuestión, nos habló de un juego que había inventado con sus amigas en una fiesta. Consistía en plantear una pregunta con dos posibles respuestas. A priori sencillo, sólo había que decantarse por una de las dos. Pero de sencillo nada, las reglas del juego concluían que si elegías una opción, la otra desaparecía del mundo, no había opción alguna de volver atrás. La decisión era unidireccional y única. ¿qué prefieres la noche o el día? Bueno, si elijo noche, no veré nunca más la luz del sol.. ejem, día. ¿qué prefieres, escribir un artículo extraordinario, o realizar la mejor foto jamás vista?, difícil decisión... Como es lógico en estos casos, el juego fue desembocando en cuestiones de índole sexual. Pero lo que pudo pasar sin más como un simple entretenimiento, a mí me dio que pensar.
Pensé que en realidad es la vida concentrada en un juego que pone posiciones al límite, pero es la vida misma. Cada uno elige de alguna manera la forma de vida que quiere llevar, dejando atrás otras. Elegimos la carrera que queremos cursar, olvidando otras formas de vida posibles, elegimos las amistades que más nos cautivan. Elegimos un modelo de móvil determinado, un plato del menú del día, una película entre otras treinta de la cartelera, un equipo de fútbol preferido, unos principios, unos ideales, una ciudad en la que vivir, una religión concreta, un tipo de ropa, la mujer con la que compartir tu vida (¿o te elige ella?)... en fin, casi todo lo escogemos descartando en la toma de decisión otras variantes, tomamos decisiones excluyentes con todo excepto con nuestros padres que ya vienen de serie.
No estoy descubriendo el mundo, es algo obvio, una reflexión al viento un tanto banal, pero que regresó con mucha fuerza días más tarde. Con motivo de un asqueroso proceso de regulación de empleo que vive mi empresa, la directora me llamó a su despacho y, al igual que Irene, me propuso jugar al juego. Pero esta vez era muy real, y con unas condiciones algo raras. Ella estaba completamente afónica, por lo que me propuso algo más surrealista aún: jugar por escrito. Mi respuesta tenía que ser concreta, rápida y sin posibilidad de volver hacia atrás, y de ella probablemente dependía el futuro profesional de algunos compañeros.
Tomé una de las decisiones más importantes de mi vida, y a la vez de las más duras por las bases excluyentes del dichoso juego. Esa tarde me doctoré en el juego de la decisión, y no me arrepiento, pero sólo espero no tener que jugar más en horario laboral.


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