lunes, 25 de octubre de 2010

Spain is different

España es diferente. No hablo de una visión desde el exterior como comunmente se relaciona a esta frase. Es diferente desde dentro. Mi realidad siempre ha sido la misma, una ciudad en la que nací y he vivido, capital de un país. Todo lo demás no es negociable. Es así como se asimila una realidad desde un solo punto de vista. Los conflictos territoriales siempre los he sentido así. Así me han enseñado a hacerlo al fin y al cabo, no es del todo mi culpa. Todo lo que no sea pensar de esta forma es dañino, forma parte de un pensamiento erróneo. Pero la cabeza a veces te da otra razón.
Quizá el conflicto territorial más mediático es el vasco. En muchas comunidades también existe un sentimiento parecido, o puede que mayor en algunos casos, al fin y al cabo es algo muy personal que cada uno lo vive de una manera, pero voy a hablar en concreto, y a la vez de forma muy general, del vasco.
Sólo he estado dos veces en el País Vasco. Una en Bilbao, en una competición de traineras patrocinada por mi empresa, y otra en Vitoria, el pasado fin de semana. Supongo que el conflicto es tan extraño, que la sola idea de visitar esas tierras ya me condiciona. Lo hago de una forma extraña. Me explico:
Cuando piso Euskadi, una extraña sensación recorre mi cuerpo. He hablado mucho sobre el conflicto desde 'la verdad absoluta' que me da mi trono madrileño, muchísimo, pero me he acercado poco, muy poco en todos los sentidos a la realidad. Es como hablar con total seguridad de una película de la que sólo has visto los primeros quince minutos. Ridículo.
Vitoria parece una ciudad tranquila. Es la más conservadora de las tres capitales de provincia. El PP y el PSOE, que ahora gobierna, se disputan habitualmente la alcaldía. Aún siendo así, se puede intuir un poco el conflicto al que hago referencia.
Hice el viaje invitado por unos amigos de mi novia. Su amiga es de Madrid, y se ha ido a vivir allí para estar con su novio, un policía municipal vitoriano. Las pocas horas de estancia nos cundieron mucho. Visitamos la ciudad, el pueblo de Oñate, la zona de montaña de Aranzazu, comimos en un caserío típico, cogimos el tranvía, fuimos de pintxos, salimos de copas por el centro... Mucho en poco.
Al hacer el recorrido por el centro, uno adivina que la gente de la ciudad se da cuenta en seguida de que no eres de allí. De ahí la extraña sensación de la que antes hablaba. No estoy del todo cómodo sabiendo que el mero hecho de ser de Madrid pueda molestar a alguien. Mido mis palabras más de lo normal, utilizo Euskadi en vez de País Vasco, Donosti en vez de San Sebastián para suavizar un poco las miradas que a veces se clavan. No es un prejuicio al viento, ya que he tenido algún que otro problema sólo por eso. Es así de ridículo pero ocurre. En una ocasión, incluso, después de compartir risas y abrazos alguien me preguntó. Por cierto, ¿de dónde eres? De Madrid, contesté. Su reacción fue clara, se dio media vuelta con cara de asco y se fue. Pero bueno, no es representativo. Ocurre mucho en Madrid también. Es la universalización de un conflicto en forma de prejuicio. Quizá sea por la extraña sensación esa. Ninguna de las dos partes tiene mucho interés en acercarse a la otra. Está así montado y punto, no quiero saber tus razones. Siempre que he conseguido conocer a alguien y dejar de lado los prejuicios por ambas partes, la cosa ha funcionado y muy bien. De esos momentos me quedo con la gran sencillez, amabilidad y nobleza innata que tiene el vasco. Cuando dejas de lado o respetas lo que te 'separa', sale a relucir lo bueno.
Pasamos un poco de largo del casco viejo vitoriano. Alguna herriko-taberna, fotos de etarras, o carteles en contra de la Y vasca, el tren de alta velocidad en construcción que unirá Bilbao, Vitoria y San Sebastián, reinaban en algunas fachadas. La amiga de mi novia nos contó que es una zona por la que no pasan mucho debido a la condición de policía de su novio. Así de crudo, así de triste.
La visita también nos llevó a Oñate, u Oñati, una localidad pequeña a unos veinte minutos de allí. Al pasar por Mondragón, uno de los pueblos donde habitualmente ha gobernado el entorno de ETA, no pude reprimir una gracia. "Mira, mira, aún mantienen en los balcones algunas banderas de España por el mundial..." Sólo se rió el vitoriano. Una risa pícara, como el que se ríe de un asunto que habitualmente no tiene gracia. En Oñate también hay fotos de etarras adornando las paredes del pueblo, pintadas de ánimo a ETA... y un cuartel de la guardia civil con una bandera española, esta vez sí de verdad, colgando de una de las ventanas. Es un recinto cerrado, vallado, y con multitud de cámaras de seguridad. Pensé en lo triste del asunto. La vida de esos guardias civiles seguramente se limite a ese recinto. A ese recinto y a los paseos en el todoterreno.
Al estar allí ajeno al conflicto, sólo de paso, tampoco pude reprimir dar rienda suelta a la imaginación. Imaginé que había nacido allí, que esa de la esquina había sido mi escuela, que aquel de coleta y pendientes era uno de mis mejores amigos, que el dueño de ese restaurante era tío mío... Total, que sin dudarlo me vi haciendo pintadas a favor de ETA en las paredes, insultando a rabiar a esos guardias civiles por estar en mi territorio sin permiso y mirando con recelo a los madrileños. Y así es, así hubiera sido. La misma verdad desde la que hablo en Madrid hubiera sido válida viviendo allí, y con una postura totalmente contraria.
Ese ejercicio algo tonto sirve para darse cuenta de que no todo es blanco o negro, que las circunstancias marcan tu destino. Echando un vistazo a la prensa, ves que el Madrid reina en los deportivos, que sucesos de Madrid tienen relevancia nacional... y que nadie habla de mi nuevo pueblo imaginario. Quizá por eso esos periódicos sigan en el kiosko sin vender, y otros más cercanos ya no están.
En fin, que en sólo un día y medio he podido comprender alguna de las razones que hacen tan diferentes a unas regiones de otras.
Pero lo que podría quedarse en una falta de entendimiento sin más, con más o menos relativa sencillez, se complica cuando aparece la muerte. Todo argumento, toda realidad, toda opinión o certeza se desmorona cuando se acude a la violencia. Es así, y por eso quizá Euskadi siga siendo tan lejano muchas veces, tan incomprensible. Es una minoría, pero mata las esperanzas del resto.

Yo ya estoy de regreso en Madrid. Vuelta a mi realidad. Hoy, en Euskadi, seguirán viviendo la suya, la que también fue mía durante algunos minutos.

miércoles, 6 de octubre de 2010