jueves, 27 de noviembre de 2008

¡¡CHATARREROOOO!!

Amanezco con el nerviosismo que proporciona la incertidumbre, lo nuevo, lo desconocido.
Entro en la ducha, me visto y desayuno con mi madre, que me da los últimos consejos de madre: "tu ve tranquilo", "que se note que eres educado", "y come bien luego eh?". Yo acabo mi café sin inmutarme, oyendo a mi madre de fondo como si fuera la radio. Ni hago el más mínimo gesto, sólo paso páginas del periódico. A ella no le importa que no le diga nada. Es mi madre, haga lo que haga ella se queda a gusto marcándome las pautas de madre. Arranco mi viejo Opel Corsa, hace mucho frío, tardará un par de kilómetros en calentarme un poco. Pongo mi música, mi cinta de cassette favorita y salgo a buscar a mi nuevo destino... con llegada en Leganés. No es un destino muy exótico, pero es el mío.
Es mi primer día de trabajo en una empresa de toldos. Si, extraño, pero cierto. Es la empresa de un amigo de mi padre, en la que estoy llamado a ser uno de los que la dirija pasado un tiempo de rodaje. Primero tengo que empezar de cero. Empezar conociendo todos y cada uno de los rincones de ese negocio.
Llego a las ocho y cinco. Me he perdido un poco por el camino, pero llego. Aparco cerca y entro en el negocio que guiaré dentro de unos meses o años, quien sabe. Pregunto por el dueño, el amigo de mi padre. Aún no ha llegado. Días antes ya había mantenido una charla con él. Fue extraña. Quedamos en una cafetería para hablar del asunto, donde me contó un poco cómo está el negocio de los toldos, pero encuentro a un hombre huraño, algo raro, parece nervioso, ni si quiera aguanta la mirada más de tres segundos al hablar. Me habla de presente y futuro, pero no hay mucho 'feeling'. La conversación termina en el espacio de diez minutos y nos despedimos hasta mi estreno.
Ocho y diez. Llega un Mercedes, parece él. En efecto, me saluda y le acompaño al interior de la nave industrial. Allí me presenta al encargado, un hombre de unos treinta y pocos, rubio y enérgico. Será el hombre que me forme. Y así fue:
Nada más irse el dueño, el encargado ya me puso a trabajar, aunque de una forma un tanto extraña, he de admitirlo. Me mandó que recogiera todos los toldos que había que repartir esa mañana y los cargara en el camión. Así empezó mi nueva vida. Uno a uno los metí dentro del camión, mientras veía cómo el resto de empleados me miraba con el gesto con el que todo empleado mira al nuevo de turno, pero bueno, poco a poco iré conociéndoles me decía. Cuando casi estaba todo cargado y me disponía a recoger el último toldo, un grito me sobresaltó. "¡Vamos que es para hoy!". Era el encargado. Me dio mucha vergüenza, pensé que si en diez minutos de trabajo ya habían notado que no lo estaba haciendo bien, debería ponerle más ganas. Así lo hice, bajé la cabeza y casi corrí a cargar el último toldo.
"Ya está", le dije. Bueno, pues vete con Jorge a repartirlos.
Jorge era un chaval, deduzco que había cumplido los dieciocho hacía muy poco, pero era el encargado de llevar el camión y hacer el reparto. Subí con él y nos pusimos rumbo a Madrid. Comenzamos a hablar, tuvimos tiempo para conocernos algo, ya que la M-30 estaba colapsada. Me dijo que iba a dejar el trabajo, que era su último día. Que de hecho ya debería haberlo dejado hacía tiempo porque no aguantaba ni al encargado ni al dueño. En fin, quizá demasiada información para mi primer día. Al llegar a Madrid, aparcó el camión en una zona muy conocida para él, bajó rápido y se fue sin decirme nada. Volvió a los pocos minutos con un gran bocata en la mano. "Los hacen de puta madre aquí" me dijo mientras daba el primer bocado.
Subió y me miró, miró al bocata y lo tuvo claro. "Oye, llévalo tú pa que me coma esto a gusto".
"Pero... si yo nunca he llevado un camión tan grande..."
"Venga coño, ven pacá". Así fue. Yo, una hora más tarde de estrenarme en el mundillo, me vi subido a un camión cargado de toldos.
"¿Por aqui?"
"derecha"
"¿y ahora?"
"derecha otra vez"
"sigo?"
"¡Para, para!"
Bajamos del camión y descargamos en una pequeña tienda. La mujer firmó el albarán en medio de protestas sobre el funcionamiento de la empresa. "Estáis tardando mucho últimamente. Dile a tu jefe que voy a cambiarme porque los clientes se quejan mucho".
"Pero si yo me piro hoy, díselo a éste (señalandome con desgana)" La señora me miró y me repitió lo mismo. Yo asentí con cara de panoli.
Venga, vamos a Carabanchel. Era el segundo reparto del día y mi nuevo colega ya había decidido que llevara yo el camión. Él se recostó sobre el asiento y cerró los ojos. No podía creerlo. Era una situación muy incómoda. "Oye, por aquí?", "síiiii". Su tono empezó a torcerse. "Joder, que quiero dormir un poco cojones..." me dijo indignado. "Ya, pero si no sé ir..". "Pues vamos a la tienda Jofer de Carabanchel", y volvió a cerrar los ojos. Ahh, gracias majo, mucho más claro, pensé.
No sé cómo, pero llegué a Carabanchel, una zona donde las calles son muy estrechas para un camión de estas características, pero ahí estaba yo, sin saber mi destino, pero llevando a un cabrón con pintas a mi derecha dormido. Decidí despertarle, algo había que hacer. Me miró, miró enfrente y volvió a protestar. "Pero dónde estás coño, aquí no es. Gira pallá y métete por ahí". Tampoco estabamos muy lejos. En un par de minutos, y varios retrovisores arrancados de cuajo después... ya estábamos descargando otra vez. Dos repartos más y a Leganés. A las doce estábamos de vuelta en la nave industrial. Aparqué el camión y nada más caer al suelo, algo cansado ya tenía al encargado a mi lado. "Sígueme, venga, venga, que venís más tarde que la hostia".
"Ponte a hacer unas piezas y luego recoge esto". Se va.
Unas piezas me dice, pero enséñame primero cojones. Me quedé al lado de un torno industrial mirando al infinito. Patético. Me acerqué a un chaval de los varios que había allí y le pregunté cómo hacerlo. Me lo explicó con desgana, pero me lo explicó. Antes de irse de mi lado para volver a su actividad se giró y me preguntó extrañado. "Oye, pero tú tienes estudios y toda la pesca, no?" yo le dije que había estudiado periodismo. Me miró y me dijo. "Y qué haces aquí". Sin esperar mi respuesta, se fue.
"Venga, venga, joder, ven para acá". Cada vez que el encargado iba al baño volvía mucho más excitado y nervioso. Eso me empezó a extrañar un poco. Mi encargado se metía coca, supongo que por estar en un polígono, en cantidades industriales y por alguna extraña razón me trataba como a un imbécil. "Venga, recoge toda esa chatarra y al camión". Así lo hice. Tenía hambre, pero no iba a abrir la boca para preguntar a qué hora comían allí. Me había cortado las manos varias veces con toda esa chatarra, pero ya quedaba poco. "¡CHATARREROOOO! jajajajaj", esa fue la imagen que más recuerdo de mi paso por ese negocio. Era el encargado desde lejos, mientras se iba a comer. Me llamó chatarrero mientras se reía con otro de mí, señalándome con su sucio dedo. Muy triste. Ahora es gracioso, pero en ese momento no me hizo mucha gracia.
Terminé de recoger todo y me vi solo allí. Mi encargado se había ido sin decirme nada, y nadie se dignó a invitarme a acompañarles a la hora del almuerzo. Sin saber muy bien qué hacer, me acerqué al bar más cercano y pedí un bocata. Lo comí rápido. Solo y rápido, y volví. Me puse a hacer más piezas por si acaso aquel loco volvía y me veía parado.
En efecto volvió y volvió a gritarme. "Pero toda la chatarra la tenías que haber llevado a Getafe joder... Ya vamos mal de tiempo". Y yo qué sé, no me había dado ninguna indicación, todo era muy surrealista. Emprendí camino al chatarrero. Me perdí, me volví a perder y pregunté y volví a preguntar. Al fin llegué. La calle más estrecha del mundo. Ahí estaba yo. "Qué pasa chaval, ¿vienes de intertoldo?" me dijo el hombre. "Sí". "Pues mete el camión de culo". Era imposible, no cabía. Admito que me puse nervioso al escuchar los pitidos en cadena. Y más nervioso aún al ver al chatarrero esperando mi maniobra perfecta que nunca llegó. "Venga, venga, sigue y da la vuelta que estás montando una que no veas". Dí la vuelta y volví a intentarlo. Empapado en sudor, era un sudor de cansancio mezclado con nerviosismo. Maniobra imposible, primeros pitos de nuevo (qué poca paciencia, eso parecía el Bernabéu, coño). El hombre, desesperado, me hizo bajar del camión. Tuvo que meterlo él. Patético. Yo haciendo pequeñas señas desde fuera, como indicando algo, por disimular mi patetismo, pero mi mano haciendo el gesto de giro era inútil, ni me miró. Bajó y descargué. Me pagó una pequeña cantidad y volví a la nave del infierno.
Me recibió un "¡Venga, venga, venga!..." Puto cocainómano loco, joder, déjame descansar, pensé claro. Ni siquiera sabía que yo había comido, ni le importaba lo más mínimo. "No hay cajas", gritó. "¡¡Ehhh!!", me llamó de lejos como quien llama a una vaca. "Vete a Somfy a por cajas!!". Ein? ¿Qué es somfy? ¿una tienda de cajas?, joder, dime las cosas como una persona normal, hostia (pensé otra vez, no abrí la boca, claro). Volví a preguntar a veinte personas hasta que encontré Somfy. Me alivió ver el cartel, el hecho de volver sin haberlo encontrado me producía mucho estrés. Entré a Somfy (tienda de automatismos para persianas, por cierto) y me presenté. "Buenas tardes. Vengo de Intertoldo, ¿tienes cajas?" "¿Pero cajas de qué?" No por dios, no me preguntes más cosas, que no lo sé, no quiero resultar más patético. "Pues cajas", dije. Pensaba que era un ritual y que me lo iba a dar como soliera hacer habitualmente, pero no, me tenía que preguntar que qué cajas. "Pero, ¿cajas sueltas, o qué quieres?". "Si", respondí. Ni puta idea, claro. Me dio varias cajas y volví con miedo. Lo mismo el cocainómano no quería eso, yo qué sé. Las descargué y le miré, él miró las cajas, me miró y no dijo nada. Un silencio del que sólo pude escapar huyendo a la zona de las piezas, me puse a hacer más, es lo único que se me ocurrió. Hice más piezas ese día que en toda la historia del negocio. Supongo que aún hoy tienen piezas por ahí de las que dejé hechas.
"¡¡Oyeee, chaval!!, venga, vamos, sube al camión". Pero qué pasa, ya era el conductor oficial de ese puto camión. Fuimos mi encargado y yo a otra nave industrial cercana y él empezó a hablar con uno de los operarios. Deduje por el olor que era una nave dedicada a pintar las piezas de los toldos. Así era, pero un submundo de albaranes y facturas me volvió a superar. No entendía ningún procedimiento de los que seguían, no tenía nada sentido, y todo lo hacía mal y a destiempo. Me cayó otra bronca. Era insufrible ese tío. De repente, dejó de humillarme delante de todos los operarios y me presentó en sociedad. "Este es Alfonso, amigo del jefe. Tiene estudios y todo" (vaya tela con la frasecita)..., "y va a ser el que dirija todo esto de aquí a poco". Lo dijo después de humillarme una vez más, lo dijo con desprecio. Ahí entendí todo. Sintió mi presencia como una amenaza y quería joderme la vida antes de que eso ocurriera. Y lo estaba haciendo a la perfección.
Eran las ocho de la tarde. Llevaba allí doce horas y mi 'amigo' se dispuso a irse. Yo cogí mi chaqueta, pero no. Antes de irse me dijo, "¡eh, eh, ¿dónde te crees que vas?. Tienes que dejar cargado el camión para mañana. ¡¡Venga, venga!!. Mañana a las ocho, te quiero aquí como un puto clavo". Y se fue.
Acabé de cargarlo a las nueve, empapado en sudor y sin fuerzas ya de coger ni un toldo más entre mis débiles brazos. Entré en mi coche, resoplé, y me fui a casa.
Al llegar, las sonrisas de mi padre y de mi madre me recibieron. "¿Qué tal tu primer día hijo?" No quise decirles que había sido el peor día de mi vida, que me habían humillado y que me habían torturado laboralmente. No quise hacerlo porque pensarían que estaba exagerando, pensarían que soy débil, que no aguanto nada. Pero sin duda eso era inaguantable.
Duré dos semanas más allí y fue traumático explicarle a mi padre que eso no era lo mío, que no quería seguir allí.
Un par de años después mi padre se enfadó con su amigo. Por lo visto su ex amigo le hizo una jugada muy gorda, muy rastrera. También supe que al encargado le habían echado, que tenía problemas con las drogas y que nadie allí podía verle. Yo ya no estaba, pero me alivió saber que no era sólo cosa mía.

Ayer tuvimos una reunión con el comité de empresa que está negociando los despidos masivos con mi actual empresa. La representante de CCOO (como diría Urdaci), que por cierto nos habló a los trabajadores a los que defiende con un tono nada apropiado, dijo en un momento de su discurso. "ojo, que van a rodar muchas cabezas, y la cosa está muy mal, que a los que echen seguramente les veo de reponedores en el Carrefour". No tengo miedo al despido, y no tengo miedo a trabajar de reponedor, pero me acordé de mi traumático paso por Intertoldo. Me acordé de eso y de la madre del encargado.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Cerrando negocios

-El traidor es Jimmy, lo quiero muerto
-Tranquilo, los chicos se encargarán de todo