martes, 25 de enero de 2011

Una cita subrayada en rojo

Siempre hace lo mismo. Es su forma de filtrar lo que le interesa y lo que no. Suena su teléfono y nadie contesta hasta que salta el contestador. Una vez que dejas el mensaje, si le interesa, lo coge.
Y por fin le interesé.
-¿Le viene bien mañana a la una? Me preguntó con su voz pausada.
-Por supuesto, contesté mientras pensaba en lo mal que me venía una cita con tan poco tiempo para prepararme.
Ahí me presenté puntual como un clavo, raro en mí. Le dije al portero dónde iba, me miró con algo de indiferencia y avisó por el telefonillo.
-Doña Carmen. ¿Esperan visita? Bien, sube ya.
Cuando abrí la puerta del ascensor ella ya me esperaba con la puerta entreabierta. La saludé.
-Acompáñeme, está en su despacho, me dijo.
Doña Carmen me guió a través del pasillo, un pasillo larguísimo de la típica casa antigua de Madrid, lleno de estanterías, llenas de libros a su vez. Al final de ese pasillo, un gran retrato de él anunciaba el fin del trayecto.
Sin apenas tiempo de quitar la vista del retrato, el despacho se abrió paso en mi campo de visión. Sentía curiosidad, en cierto modo no podía creer que me iba a recibir así, como si tal cosa en el despacho de su casa, pero ahí estaba, sentado, mirándome a través de sus gafas graduadas y cómo no, con un cigarro encendido.
Avancé unos metros hacia él y estreché la mano a la historia de nuestro país, le daba mi mano a Santiago Carrillo.
Así contado, con este misterio, puede parecer que siento una gran admiración hacia la figura política de Carrillo, pero lo cierto es que ni mucho menos van por ahí los tiros (aunque suene desafortunada la expresión). Simplemente es admiración hacia el hecho de poder compartir casi una hora junto a un hombre de 96 años que más que un anciano es un pedazo de historia viva. La historia del Siglo XX contada en primera persona. ¡Qué lujo!
Poder preguntar mis curiosidades a un hombre que ha vivido la Primera Guerra Mundial (aunque fuera un bebé por entonces), la Guerra Civil Española, la Segunda Guerra Mundial, el exilio, la transición, y que ha estado en primera línea política durante tantos años compartiendo relación con Stalin, la Pasionaria o Adolfo Suárez entre muchos otros, me parece apasionante.
Admito que la entrevista no me ha servido para ofrecer grandes titulares, pero personalmente siento que he cumplido una pequeña meta personal. Supongo que el cigarro que compartí con él me ha bastado. ¡He fumado un cigarro hablando sobre España con Santiago Carrillo! Quizá eso, ese momento, sea lo más parecido a la satisfacción profesional que hasta hoy he vivido.

Santiago Carrillo publica estos días un libro titulado 'La difícil reconciliación de los españoles'. Al respecto de este asunto, aún pude reconocer cierto poso de rencor en sus palabras, pude sorprenderme cuando me confesó que no había sentido admiración por ningún político de todos los que ha conocido, pude sonreír cuando me dijo que su momento más feliz fue cuando volvió a Madrid de incógnito, con su famosa peluca y pudo volver a escuchar su idioma por cada rincón y ver la luz de Madrid, "la más extraordinaria de todas". Pude ver su gesto de extrañeza y alegría al decirle que mi abuela sigue viva con la misma edad que él, pude hablarle sobre mis investigaciones, pude sentir orgullo al ver que reconocía que lo que había encontrado en los archivos era algo interesante y real, pude sentir su malestar con el asunto de Paracuellos, observar la enorme fotografía del intento de golpe de estado del 23-F que preside su despacho... y mientras apuntaba en mi libreta, fascinado por estar ahí, mi bolígrafo rojo dejó de escribir. Qué cosas oye, el rojo se apagó de repente... ahí, frente a Carrillo.