martes, 27 de mayo de 2008

Llamada perdida

Aún no había dicho nada a nadie. He querido saborear la experiencia durante unos días, pero no puedo más, fue demasiado fuerte para guardarlo tanto tiempo. Ocurrió hace una semana. Fue un martes, un día gris, lluvioso. Un día en el que extrañamente me desperté muy temprano, raro en mí, pero salté de la cama como un resorte, como movido por una intensa sensación interna que me obligaba a actuar. Me metí rápido en la ducha, dando saltos, casi corriendo, cantando y con movimientos excesivamente rápidos, como si hubiera presionado en mi mando el botón de avance rápido, el de 'ffcue x2'. Me vestí y salí de casa. No tenía un destino fijo en la cabeza, me movía como un robot programado, sabiendo que tenía que actuar siguiendo unos parámetros, pero sin posibilidad de pararme a pensar, sin análisis posible. Alrededor de las siete de la mañana ya estaba sentado en el vagón del metro. Entonces, y entre las caras dormidas de la gente, entre empujones, malos modos, y malos olores de primera hora de la mañana, apareció ella. Dos ojos se clavaron en los míos entre la gente, dos ojos profundos, llenos de paz, que me miraban confiados, que querían decirme algo, dos ojos que hablaban conmigo entre la maraña de gente. Dos paradas después, el vagón se despejó, pero los ojos de esa misteriosa mujer seguían conmigo. Sabía que querían contarme algo. Entonces desapareció de repente, perdí su pista por un instante, y cuando quise darme cuenta ella estaba fuera. Había bajado, traté de reaccionar, pero las puertas ya se cerraban y ella quedaba fuera mirándome fijamente. El agudo pitido anunciaba la inminente puesta marcha del metro que me alejaba de ella. Y así fue, comencé a alejarme mirando hacia atrás, hacia unos ojos que me decían que fuera hacia ella de nuevo, y así traté de hacerlo. Instintivamente apreté el botón de parada de emergencia. El resto del vagón me miraba con ojos incrédulos mientras el estruendo y el repentino frenazo les movía de su letargo matutino. Yo caí al suelo, no estaba agarrado a ninguna barra, permanecía de pie, como ido, con la mano en el botón de emergencia. Me levanté, abrí de forma brusca la puerta y bajé. Pero, ¿qué estaba haciendo? estaba en medio de un túnel andando hacia atrás después de accionar un mecanismo de emergencia, en busca de unos ojos que me habían mirado. Pero, cómo explicar eso a nadie, imposible, debía escapar de ahí lo antes posible. Comencé a correr a través del oscuro túnel, y según me acercaba a la luz que anunciaba la parada que había dejado atrás, pude observar la silueta de dos guardas de seguridad que esperaban mi llegada y mis explicaciones. Entonces torcí a la derecha, cogí un oscuro atajo, una salida inesperada a cientos de metros bajo tierra, y seguí corriendo. Estaba todo oscuro, pero yo iba sin control, corría como si se fuese a terminar el mundo, sin miedo a tropezar, sin miedo a caer. Pasé a través de una antigua estación, ahora abandonada, una estación que me distrajo de mi enajenación durante un segundo y me trasladó a otra época. Parecía como si no hubiese pasado el tiempo por ella, permanecían los mismos anuncio de antaño, los mismos carteles, las mismas advertencias que avisaban de inminentes bombardeos, era una estación-refugio, era una estación perdida en el tiempo habitada por varios vagabundos que seguían ahí, que ni repararon en mi presencia. Tras bajar la intensidad de mi carrera, retomé el galope, seguí corriendo por el tiempo y encontré una inesperada salida, una salida de emergencia en medio de la nada. Trepé por una pequeña escalinata vertical y alcancé la compuerta que daba a la calle. Salí, manchado y jadeante al exterior, y los primeros ojos que vi fueron los de ella. Me miraban a lo lejos mientras doblaban la esquina. Haciendo caso omiso al resto de miradas de extrañeza, al resto de comentarios de advertencia de los viandantes, crucé la calle. Sin mirar, sin sentido del peligro, corriendo hacia ella que se perdía ya al final de la calle. Estaba atrapado, fuera de mi, pero siguiendo una estela mágica, tratando de alcanzarla. Pude ver cómo subía a un autobús, cómo subía a un autobús que cerró sus puertas antes de poder alcanzarlo, un autobús al que debía llegar. Fue cuando opté por hacer algo que nunca había hecho, que sólo había visto en las películas. Le empujé, no sé quién era, pero le empujé sin mediar palabra. Su moto cayó al suelo con él, pero la recogí y la arranqué. Parecía como si hubiese pilotado esa motocicleta toda la vida, sabía exactamente cómo arrancarla y salir derrapando, mientras su dueño sólo podía gritar al fondo. Ese autobús ya estaba lejos, traté de alcanzarlo a toda velocidad, nunca había visto un autobús tan rápido, tan veloz por la autopista. Creo que en total debió pasar una hora de intensa persecución, no recuerdo bien, pero pude seguir su estela. El recorrido que habíamos seguido me había desconcertado un poco, ya que sólo había dado una vuelta a la ciudad, hasta que ella bajó casi en el mismo punto donde había comenzado. Sentía la necesidad de decirle algo, de preguntarle porqué me necesitaba, porqué había conseguido atraerme de esa manera, quería saber quién era esa mujer de mirada profunda. Dejé la moto apoyada en el suelo y volví a correr. Corrí hasta un inmenso edificio donde ella entró. Corrí, entré, no hice caso al portero que me preguntaba dónde iba, simplemente subí empapado en sudor. Ella subió en ascensor, subió hasta la última planta, pude verlo en el panel electrónico del ascensor, y pude ver cómo el resto de ascensores también estaban lejos de la planta baja, por lo que decidí subir corriendo. Tenía fuerzas, no sentía cansancio alguno, y subí piso a piso las doce plantas del edificio hasta llegar allí. Subí tanto que incluso me pasé una planta, y llegué a la azotea donde pude apreciar la inmensidad de la ciudad. Miré hacia abajo y observé cómo varios policías entraban, creo que iban buscándome. Había hecho parar un vagón del metro, había huido por las galerías oscuras del suburbano, sabían que había robado un vehículo y que había entrado en un edificio controlado por un portero que había avisado de mi presencia. Llovía a mares. Una lluvia intensa que se mezclaba con mi sudor, pero nada importaba, yo tenía que terminar con mi misión. Debía saber quién era ella, qué quería de mí. De repente la puerta de acceso a la azotea se abrió de un fuerte golpe, estaba perdido, acorralado y sin salida, me habían pillado. Cómo explicarle a mis padres todo lo ocurrido desde la comisaría. Imposible, debía seguir en mi huida hacia nosé donde, en mi huida hacia ella. Entonces salté. Salté sin mirar donde podía caer. Según avanzaba el salto, mi campo de visión pudo ver un pequeño tejadillo a doce pisos de altura donde caí. Resbalé y quedé colgado de una ventana. Colgado sobre cientos de diminutos coches que esperaban mi caida inminente, colgado hasta que ella apareció para abrir esa ventana y dejarme entrar en su habitación. Trepé como pude hasta que quedé a salvo de todo peligro vertical, hasta que pude ponerme en pie en esa habitación y mirarla a la cara. Ella sonreía, no decía nada, sabía que todo aquello era normal, no le extrañó nada, no dijo nada, no preguntó nada, no gritó. Quedé frente a ella y le pregunté ¿quién eres?. Entonces comenzó a sonar una canción inesperada, no recuerdo cual, pero no entendía nada, no sabía cómo podía meterse esa música espontánea en mi cabeza, sin motivo, sin que ella ni yo lo pidiéramos.
Era la radio de mi habitación. Entonces desperté.
Desperté empapado en el mismo sudor que me acompañó todo el sueño. Me duché, comí y me fui al trabajo junto a una muy real triste sensación que me acompañó todo el día.
Sin saber de ella, sin saber porqué.

domingo, 25 de mayo de 2008

De noches contra el día

Es el mejor momento para pensar. Es cuando las ideas toman forma, cuando más aislado de la contaminación social te encuentras. Es sin duda el lugar donde encuentro la paz, la armonía, donde mis ilusiones arrancan y mis sensaciones toman forma.
Solo ante mi, solo ante la inmensidad lunar. Es el rincón donde cometer los mejores pecados, es el gustoso pecado de meterse en el rincón donde se fabrican los sueños. He de reconocer que me encanta, me vuelve loco quedar conmigo de noche y presentarme puntual. Cualquier pretexto es bueno, lo hago casi a diario si mi trabajo me lo permite, acudo a mi cita y me pongo a pensar, leer o ilusionarme conmigo. Siempre lo he hecho, desde pequeño. Me encantaba quedarme solo de noche, en mi habitación, en mi soledad a charlar un poco con mi revolución de pensamientos, con un panorama inventado, junto a la mujer de mis sueños, yo la moldeaba a mi antojo, junto a los amigos que elegía, en un país lejano que yo acercaba, infinito de sensaciones, en el momento donde mejor saben las ideas, donde mejor huelen los aromas, donde mejor saben los cigarros, donde mejor entiendes las canciones, donde mejor recuerdas los recuerdos, donde puedo vivir libre, y en un constante un 'no quiero volver a mi realidad'.
Aún lo hago, en grado menor, pero lo hago. Me encuentro a mi mismo con nocturnidad y premeditación, incluso con alevosía, a la hora en la que todos duermen, a la hora donde sólo estoy yo, a la hora donde sólo estoy solo. Y pienso y divago, y escribo y reescribo, para volver a inventar y reinventar, hasta que el sueño me vence, y sigo soñando.
Hasta ahí llega mi relación con ella, furtiva, clandestina, pero pasional. Luego llega él, sin enterarme, sin poder saborear mi fantástica irrealidad, llega con sus rayos, con su agresivo aspecto, sin dejar que le mires. Llega para romper la magia, llega para estropearlo todo y devolverte a la realidad, junto a la actividad espídica de la ciudad, de sus habitantes recién levantados que acuden rabiosos a sus puestos de trabajo. Y yo tardo en volver, en analizar mi pasado perfecto para adentrarme en mi presente simple. Lo conjugo como puedo y vuelvo a esperar que llegue mi cita con ella y conmigo. Los tres solos. Fantástico.

sábado, 17 de mayo de 2008

Kennedy vive

22 noviembre de 1963:
A las 13.00 CST (19:00 UTC), el equipo médico del Parkland Hospital declara oficialmente la muerte del presidente Kennedy, con parada cardiaca y habiéndosele suministrado la extremaunción "No tuvimos nunca una esperanza de salvar su vida", declararon los médicos. La muerte de Kennedy fue oficialmente anunciada más tarde, a la 13.38 CST (19.38 UTC).




6 diciembre de 2004.
Aeropuerto de Venecia

lunes, 12 de mayo de 2008

Habitación sin ventanas

Mi trabajo consiste en acercar las noticias a los lectores, facilitarles la información, ponérsela en bandeja para que sólo tengan que estirar el brazo por la mañana y de un golpe de vista enterarse de la actualidad nacional e internacional. Si, trabajo en un periódico. Evidentemente no es esa mi función básica cada día, no soy yo quien selecciona los temas durante la mayor parte del día, pero sí hay algo de verdad en eso por la noche. Se puede decir que desde el momento que el último jefe sale por la puerta, el periódico queda 'en mis manos'. Las altas esferas han depositado su confianza en mí para que desde una hora determinada hasta que cerramos la puerta y apagamos la última luz, quede yo al frente de la nave. Mi trabajo es de las pocas cosas en la vida que me tomo en serio, trato de darlo todo cada día mientras estoy currando, hago miles de horas extras (por supuesto no remuneradas), con tal de que todo salga lo mejor posible. En ocasiones es realmente estresante, pero ya nado cómodo en esas aguas, no me supera el estrés, creo que de alguna manera he aprendido a controlarlo, pero a partir de eso, nada más, sólo me queda reconocer mis enormes limitaciones. No soy una persona ilustrada, no tengo una gran cultura y poco a poco adquiero una experiencia aún por explorar, aunque me alivia un poco darme cuenta cada día que no soy el único ahí dentro. Me alivia a la vez que me desanima. A pesar de eso, con mis dos cojones, oso valorar un golpe de estado al otro lado del mundo, unas elecciones primarias en EEUU, le doy más o menos espacio a un artículo a base de contar muertos y heridos, decido si una muerte por violencia de género es más grave que otra, si la gente debe apreciar una foto u otra, o si incluyo o no que una antorcha olímpica se apaga en su recorrido sin preguntarme los porqués.
A pesar de todo eso, decido. Decido incluir una noticia, valorar al alza o a la baja otras ya discutidas durante el día, darle más o menos espacio a nuevas informaciones, y retirar planchas, o incluso parar máquinas si es necesario. Es una labor extraña. Una labor algo solitaria, ya que nadie a la mañana siguiente va a pararse a pensar si has acertado incluyendo algo o dándole peso informativo. Nadie va a pararse a pensar en ello, a no ser que no lo hayas hecho. Siempre he pensado que la labor de mi sección es como la de un árbitro; si lo hace bien, nadie habla de él, si la caga, le apalean. Por eso es algo ingrato, y por eso nunca busco un reconocimiento más allá del mío propio. Normalmente valoro yo mismo mi actuación en el día, y llego a casa más o menos contento con lo que he hecho, pero sin un referente en el que apoyarme y que me ayude a mejorar. Es extraño.
El mundo informativo es apasionante, pero a la vez, a mi parecer, tremendamente limitado. Limitado por nosotros mismos. Cada esquina esconde una noticia, cada persona, una historia que contar, pero, a pesar de lo aparentemente ilimitado del asunto, siempre tratamos de coincidir todos. Valoramos las noticias dependiendo del valor que tenga en el resto de medios, nos surtimos de noticias a base de las mismas agencias de noticias, cada día son noticia los mismos asuntos en informativos, periódicos o radios, tratados de una u otra manera, pero los mismos asuntos... no puede ser que todos coincidamos en lo mismo. No es lógico, desde luego. Demasiada casualidad. Incluso proponer un tema novedoso se convierte en ocasiones en delito o motivo de mofa si no está reflejado en las webs de la competencia, si no se refiere a un informe reciente distribuido a todos los medios. Triste pero cierto.
A veces pienso que es como estar en una habitación sin ventanas, en la que cada cierto tiempo te pasan una hoja por debajo de la puerta para contarte lo que está pasando fuera. Y, eso es lo que contamos al público. Creo, quizá debido a las limitaciones que comentaba antes, que el medio en el que trabajo trata de ser imparcial, no mojarse en asuntos políticos en exceso, simplemente intenta transmitir las noticias como son...
...Pero, ¿cómo son?. ¿Quién nos pasa la nota por debajo de la puerta?.